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Los niños y la muerte

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Cuando fallece un familiar o un conocido, es difícil explicarle a un niño lo que significa la muerte y las consecuencias que conlleva. Para algunos niños, morirse es quedarse dormido mucho tiempo, irse al cielo o simplemente experimentar mucho dolor en un hospital.

No es tema fácil de tratar porque siempre procuramos evitarles el dolor y el sufrimiento a nuestros hijos, pero habría que evitar que la muerte sea un tema tabú, ya que es una parte inevitable de la vida.


Muchas veces intentamos explicar la muerte utilizando metáforas complejas que llevan a nuestros hijos a confusión. Sería adecuado conversar con ellos e intentar explicarles de la mejor forma posible, contestando a sus dudas y temores con honestidad.

Sobre los diez años, los niños empiezan a tener más consciencia del significado de la muerte, aunque siguen pensando que eso les ocurre a los demás, que a ellos no les va a pasar y a veces toman riesgos y obran imprudentemente, sin ningún temor.

Cuando fallece un ser querido, debemos permitir a nuestros hijos su momento de duelo. A veces les incitamos a ser fuertes, pero hay que comprender que no siempre tienen las fuerzas necesarias para sobreponerse a su dolor. A los adultos ya nos cuesta bastante y los niños, con más razón, sienten un profundo dolor y muchas veces se sienten desconcertados ante la situación.

El duelo atraviesa cinco etapas:

La primera sucede al experimentar la pérdida y se caracteriza por la negación del niño y la experimentación de dolor y tristeza.

Luego llega la rabia por la pérdida, que se puede manifestar en pesadillas, juegos violentos o irritabilidad. En estos momentos debemos apoyarlo y dejar que se desahoguen.

Después llega la fase en la que hay dolor y confusión, que puede llegar con mucho llanto.

La cuarta etapa llega cuando el niño ha aceptado la pérdida y ya ha expresado su tristeza.

Y por último, llega la etapa de la resolución o superación de la pena. Llegar hasta aquí no es tarea fácil, pero el proceso será mucho más llevadero si los acompañamos en todo momento y si se lo explicamos con amor y solidaridad.

No hay que intentar minimizar la pérdida ni darle un trato sobreprotector al niño o adolescente. Siempre debemos acompañarlos de manera firme y positiva, recordando siempre las lecciones de la vida, los momentos buenos de la persona fallecida y todo lo positivo que nos dejó esa persona.

La mejor educación que se le puede dar a nuestros hijos, es enfrentarles a la vida auténtica sin adulteraciones ni falsificaciones.

Queremos recomendarles el libro: "Cuando fallece un ser querido", una guía para explicarles a los niños cómo enfrentarse a ello.


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